martes, 22 de junio de 2010

Recuerdos de San Sebastián

LAS VENDEDORAS DE SAN SEBASTIAN

Desde hace muchos años, el pueblo de San Sebastián, ubicado en un hermoso valle, ha tenido sus vendedoras tanto de frutas como de pescado, leche aceite de coco y otras variedades.
Mujeres abnegadas y con gran amor a su trabajo cotidiano, cuyas ganancias eran retribuidas en otras cosas, que luego compraban y así poder llevar a sus casas, el alimento o comida, para sus hijos.

Mujeres éstas, cuyas vivencias, penurias y trabajos; llevaron a cabo recorriendo pueblos y caseríos de la isla a pie, con sus maras margariteñas (mandados hacer a Guacuco) o mapires (hechos en el valle de Pedro González) terciados a la espalda.

Fueron mujeres decididas a salir de sus casas a las cuatro de la madrugada, sin temor a encontrarse con ánima en pena, duende o espanto. Ese amor a su trabajo, no diferenciaba distancias o lejuras.

Una de las vendedoras fue Crisanta Ramos Rojas, hija de Apolinar Ramos y Ana Julia Rojas, quien nació el 05 de octubre de 1902.

Desde temprana edad, aprendió a hilar algodón, oficio que mantuvo por mucho tiempo, cada bola de hilo, la vendía a real y medio; las cuales eran encargadas del Maco, La Vecindad, Santa Ana del Norte y Juangriego.

Fue a la Escuela y llegó hasta el segundo grado, siendo su maestra Donata Quijada, funcionaba la escuela, en la casa del Señor Venancio Romero.

Crisanta, llegó a planchar, mucha ropa ajena, tanto del Moro, Altagracia, Santa Ana, en especial la ropa del Padre Márquez. De igual manera de Tacarigua y de San Sebastián.

Al primer canto de gallo, muy temprano en la madrugada, salía con su padre Apolinar (el cual tenía una Burra) a vender agua a Juangriego. Ella, se terciaba un mapire al Hombro y sujeto a la cabeza, con cuatro taparos llenos de agua y sus bocas tapadas con una tusa. Con el dinero de la venta de agua, compraban pescado fresco y salado, para luego traerlo a vender al pueblo.

Pasado un tiempo Crisanta comenzó a vender Leche fresca de vaca, leche era obtenida de las vacas que tenía su Papá Apolinar, como las de Pedro Rodríguez y de Francisco “Chico” Suárez; la cual llevaba a vender a Juangriego y Altagracia, en compañía de Agapita, quien también la acompañó a vender chaco a la población de Las Cabreras.

Así como Crisanta Ramos, también hubo otras mujeres, que vendieron leche de vaca, entre ellas: Clemencia González, quien en compañía de su hija Rafaela, vendieron leche, producto de las vacas que tenía Juan Eustaquio. María “Tango”, quien en compañía de Juan Moya, iban a pie hasta Juangriego. También María “Tango”, mataba cochino y vendía su carne, tanto fresca como salada, al igual que chicharrón, morcilla y manteca.

Bonifacio Romero, Victoria Jiménez y Lencha Lista, se iba a pie desde muy temprano (en la madrugada), hasta Altagracia a vender su producto.

No dejaremos de mencionar a “Panchita”, Carmen la de “Licha”, Genoveva “Beba” la de Agustín, Lucana Guerra, quienes diariamente se iban a pie hasta Juangriego, pasando por el Norte o Santa Ana y La Vecindad, con su mapire al hombro y terciado a la cabeza, junto a su mara, a vender leche de vaca.

Ana Marcelina Lista, Juliana “Ñaña”, quienes maras en la cabeza, salían a vender leche en sus envases cilíndricos, elaborados en zinc, por las calles de Juangriego y así, muchas otras abnegadas mujeres de otros productos, elaborados en el pueblo de San Sebastián; tales como Rosa Gil, Adelaida Rojas, quienes iban a vender aceite de coco, a la población de Altagracia. De igual manera lo hizo Dominga Mata, quien con el dinero de la venta, compraba ropa y pantuflas en Juangriego, para luego traerla a vender a su pueblo.

Otra Mujer, mara en la cabeza, la cual descansaba sobre un rustica “rodilla de trapo” (enrollado de tela, en forma circular), fue Eloisa Lista de Lárez, quien en compañía de Carmen la de “Licha”, traían desde Juangriego, su carga de Pescado Fresco y Salpreso y de diversas variedades, tales como: Mero, Carite, cazón, Pargo, Corocoro, lisa, tonquicha, entre otros.

Fueron ellas quienes se dedicaron por muchos años a traer el pescado y venderlo en el pueblo.
El Anuncio de su llegada con el pescado fresco, recorría las calles, haciendo bajar a muchas personas, llevando en sus manos platos de peltre o de zinc y totumas, hasta llegar a la frondosa mata de Güiria (que existió, donde hoy esta plantada la cruz de la misión).

Las Pronunciadas raíces de aquel árbol alto y frondoso, justo a su lado de la entrada a la sacristía, servían para colocar las maras sobre las raíces, la variedad de pescados ofrecidos, su táparo de agua y de unas cuerdas que pendían del mismo árbol, los pesos, balanceándose al compás del viento. Allí era el sitio de reunión de todos los que se acercaban a escuchar las voces para comprar pescado, que llegaba justo a las 11 de la mañana.

Al terminar allá abajo, las vendedoras de pescado limpiaban el sitio, con agua traída de la “cantarilla” o estanque público en taparos, para luego salir cada una con rumbo a sus casas, llevando los encargos de pescado apartados, a un lado de la mara y terminando de vender, una que otra variedad sobrante de pescado; “Aquí llevo el Pescado Fresco y salpreso ooooooohhh”. Aún se les recuerda su grito.

No podemos dejar de mencionar a otra mujer de este pueblo, que dedicó parte de su vida, a vender pescado fresco, me refiero a Francisca “Chica” Moya, quién traía el producto desde Porlamar, empezando a vender en Tacarigua, para luego venirse hasta San Sebastián.

También hubo vendedoras de fruta, producidas y cosechadas en el pueblo; tales como: mango redondo, tino o largo, briteño y demás variedades, como también el mamey, níspero, coco entre otras.

Una de ellas fue Antonina Marcano, quien llevaba su apetitosa carga hasta el lejano pueblo de Boca del Río, saliendo a las cuatro de la madrugada, en un camión de baranda propiedad de Antonio Malaver, oriundo de La Asunción y de ocupación chofer y albañil, quien le hacia el viaje de ida y vuelta.

Su hija Isabel, mejor conocida como “Chabel” la de Antonina, siguió con el comercio de frutas, entre ellos mangos, con una carga de ocho maras, hasta Porlamar.
De igual manera, lo hizo Antonia Marcano, quien llevaba sus frutas a vender a Juangriego.

Donde dejamos a Serapia Lista, Petra Garcia y Petra la de Julia Lista; quienes con sus “bojotes” de olorosas flores multicolores, sujetas en sus recogidos cabellos, le daban realce a la margariteñidad isleña. Sus frutas eran llevadas a la ciudad de Porlamar, para luego recorrer el Boulevard Gómez, hasta llegar al mercado, olorosas y jugosas. Otras fuero Pastora González, Julieta Díaz, Emiliana González, María Rojas la de “Ingo”, Belia Romero, Vertilia Romero, las hermanas Juana, Carmen y Francisca Morao, quienes iban hasta el mercado de la ciudad de Porlamar a vender.

Mucho tiempo después, cuando comenzó o fue instalado el Puerto Libre, tanto Belia Romero, como Emiliana González, empezaron a negociar con prendas de vestir, llegando a establecer sus puesto de venta de ropa.

María Guerra, María Díaz “Maríita” y Crisanta Alfonzo, conocida como la “muda”, fueron pioneras en la veta de frutas llevadas esta al mercado de Juangriego. El transporte se lo realizaba Arcadio “Callito” Moya, con su carro cuatro puertas, con parrilla en el techo, año 1950, color azul, marca Chevrolet; al cual siempre los jodedores muchachos de esa década, le pusieron “La Panela de Jabón Azul” lo cual hacía molestar y poner de mal humor a “Cayito”, quien por varias veces, se metía peleando en su carro y arrancaba chola a fondo, dejando a las vendedoras con la carga varada. Quienes emprendían pleitos contra los “Mamadores de Gallo”, pero como era un hombre honesto “Cayito”, volvía a las 10 de la Mañana y las llevaba a fuerza de insulto y trabuco, entre las vendedoras y el chofer.

Crisanta Alfonso “La Muda”, quien aún ejerce el oficio y la costumbre de llevar a vender a Juangriego, plantas ornamentales y medicinales. Así como estas mujeres ejercieron el don de vender variedad de cosas, fueron muchas más, nacidas en este hermoso pueblo.

Fueron tiempos buenos y malos, las que llevaron a vivir estas valerosas y abnegadas mujeres de San Sebastián; y si alguna, no la he mencionado, es porque escapa de mi recuerdo, pero su honrado trabajo, estará presente en el libro del tiempo y en la memoria de este Pueblo, que las vio nacer, honor para todas.

Mario Gabriel Alfonzo Lista.